Más de una década después de nuestro viaje por tierras africanas, volvemos con la intención de fotografiar el desierto por la ya conocida zona de Tafilalt y recorrer por primera vez la Hamada del Drâa hasta Erg Chegaga.
Desembarcamos en la ciudad de Tánger -tardamos unos 10 minutos en pasar los controles aduaneros del puerto-, recorrimos su paseo marítimo y cruzamos la ciudad hasta entrar en la autopista, directos a Marrakech. Queremos estar todo el tiempo por el sur de Marruecos, por lo que ahora interesa aligerar por carretera.
Llegamos justo para cenar en Marrakech. Cómo sigue embrujando la noche en esta gran plaza Djemaa El Fna, que actualmente, aparte de la “verborrea dialéctica” que me gastan los chicos de los puestos de comida, se respira magia y exotismo con una tranquilidad y seguridad abrumadora, que pudimos corroborar al día siguiente en la misma plaza y callejeando solos sin acompañamiento por los estrechos recovecos del zoco. No sentimos ni un solo momento de inseguridad y tampoco vimos, como en otras ocasiones, gente pidiendo o mostrando sus miserias para conseguir unas monedas.
Rumbo al Sur.
Por la N9, tras cruzar el famoso Tizi-n-Tichka alcanzamos el Ksar Äit-Benhaddou. ¡Oh! Esto sí que ha cambiado y mucho; más turístico y vulgar para nosotros, pero bien para el desarrollo de la zona. La primera vez que estuvimos por aquí, aparcamos la furgo en plena carretera y cruzamos por encima del Asif Mellal por unos sacos dispuestos para ello. Una vez cruzado el río recorrimos las empinadas callejuelas en soledad, hasta alcanzar la parte más alta. Ahora existe una pasarela de acero para cruzar el río, aunque se mantienen los sacos.
Ahora, en este viaje, aparcamos en una especie de camping en el interior del patio de un hotel. Además hay decenas de negocios dirigidos al turista: agencias de viajes y guías, restaurantes, albergues, alquiler de vehículos, tiendas de souvenirs,… todo para el turista. Paseamos por la Kasbah en compañía de multitud de visitantes armados todos con sus móviles y “palos” de selfies, ávidos y deseosos de conseguir ese autoretrato que prueba y demuestra el “yo estuve aquí”, y claro, como no podía ser menos, también han llegado a la parte superior esos artistillas que han minado todo el lugar con las puñeteras torres de piedrecitas que tan de moda se han puesto en todo el mundo y que tanto daño irresponsable provoca. Escribí un breve post al respecto en mi facebook.
Vámonos. Continuamos por el Valle del Drâa hasta Zagora, conocida como la Puerta del Desierto. El paisaje comienza a ser impresionante, comienza los espacios abiertos e infinitos de la Hamada. Sólo algún pozo de agua y pequeñas briznas de vegetación rompen la continuidad de lo inhóspito. Sólo en el fondo del valle se aprecian cultivos y pequeños poblados mimetizados con el entorno, a veces cuesta esfuerzo en ver las casas. Lo demás es todo desierto, tierra yerma con vida escondida. Así continua el paisaje hasta llegar a la pequeña población de Mhamid.
Mhamid es una pequeña población perteneciente a la provincia de Zagora, se encuentra a unos 100 kilómetros al sur de esta, situada junto al alto Drâa en el desierto del Sahara. Es un gigantesco oasis donde se aprecia su magnífico palmeral y algo más en el interior del desierto las Acacias que gracias a su fortaleza aún viven luchando contra las condiciones climáticas del entorno. La población está compuesta por varias tribus de bareberes, saharauis, nómadas de paso y tuaregs. Antiguamente era un lugar de paso obligado para las caravanas que comerciaban en el África negra. Hoy en día, no está saturada de turismo y aún conservan su estilo de vida tradicional, o casi. Como es la última población donde llega la carretera, antes de adentrarse en las arenas del desierto, es punto de comercio entra las aldeas cercanas que llegan hasta aquí para su abastecimiento.
Allí conocimos a Abdou, autoproclamado Brújula del Sahara. Junto a su hermano dirigen el camping La Boussole. Hicimos buenas “migas” desde un principio, creo que aparte de su condición de saharaui es una persona que le mueve más los sentimientos y la voluntad de compartir “su” desierto con los viajeros -que no turistas- que la parte económico-turística del camping, eso se lo deja al hermano. Él quiere vagar y mostrar el desierto tal como es. Así, nos llevó el primer día a conocer el palmeral en su coche, a toda pastilla, pero disfrutamos el recorrido, luego nos dejó en el mercado del pueblo por si teníamos que comprar algo y de paso visitar sus calles.
La cena y algunos “chupis” también lo compartimos con él hasta altas horas de la madrugada, aún se me eriza la piel al recordar ese cielo estrellado junto a la hoguera en pleno desierto. Al día siguiente, nos condujo hasta el Erg Chegaga, unas enormes dunas de arena al final de la hamada. Más tarde nos llevó a conocer a una familia nómada que llevaban unos meses por la zona y luego nos enseñó un auténtico oasis con su manantial de agua.
En fin, es uno de esos lugares que se conocen y quedan grabados en el corazón del viajero, cuando coinciden espacio, tiempo y personas con un mismo sentir: libertad, espacios abiertos y humanidad.
Rumbo Este.
Con la cabeza caliente por las experiencias vividas continuamos el viaje hacia Merzouga, ya conocíamos esta población de años anteriores, pero no esperábamos ese cambio tan brutal, ni en la ciudad ni en el desierto.
Nosotros seguíamos impresionados con la estancia en Mhamid. Y aquí, en Merzouga nos llevamos una gran sorpresa: triste para nosotros y espero que feliz para ellos. Antes sólo había un camping -bueno, algo parecido a un camping- al final del pueblo y ahora nos encontramos que la ciudad es dos o tres veces más grande, con muchos campings, albergues, hoteles, agencias de alquiler de casas, 4x4, quads, motos, bicis. Agencias de viajes y guías de rutas por el desierto dispuestos a vender lo que haga falta para sacar unos dirhams a los turistas.
Esto, lamentablemente, será bueno para el desarrollo de la economía local -aunque el dinero lo siguen teniendo entre unos pocos, los de siempre-, pero a mi parecer están desbordando el equilibrio natural del desierto y sus dunas. Es prácticamente imposible observar un panorama en el que no hayan huellas de coches, motos, quads,… que esto, al fin y al cabo con el viento desaparecerán, pero no así la cantidad de basura que se puede encontrar entre las dunas; latas y botes de bebidas energéticas, botellas de plástico y un sinfín de cosas que tienen toda la pinta de ser abandonadas por los visitantes. Es como si pensaran que el viento y la arena se lo comen todo y desaparece por arte de magia.
Con respecto a la toma fotográfica, no hay momento en el día desde el amanecer, que cuando se está encuadrando o componiendo una imagen no salte algún vehículo entre las dunas rompiendo las sutiles líneas de luz y sombras. Aquí el fotógrafo debe armarse de paciencia.
Rumbo Norte.
Al día siguiente, comparando ambos escenarios de un mismo desierto, nos quedamos con Mhamid, la hamada y los ergs del Alto Drâa.
Y así reflexionando y hablando nos vamos de vuelta a Tánger para embarcar a nuestro sur de Europa.
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